¡AUSCHWITZ, AUSCHWITZ!
Lugo, 6 de abril de 2016
Mi querido Hache: he decidido recurrir a la noche para desatascar esta carta que se me resiste. Son demasiados los temas que se acumulan en el ápice de mi interés, demasiados y demasiado graves, y se estorban unos a otros a la hora de tratarlos. Mis temas y los tuyos deberían ser los mismos. Intuyo, por lo que me dices y por lo que sé de ti, que tu isla imaginada no es, ni mucho menos, impenetrable. Estoy seguro de que estás al tanto de todo cuanto acontece en este viejo pellejo en el que se está convirtiendo Europa. Pero la verdad es que no pensé que nuestra correspondencia comprometida allá en el pasado espacio de casi un año, fuese a devenir en esta suerte de lamento sobre la decadencia del viejo continente. No lo pensé. Eran otros los temas que nos empujaban a establecer un intercambio de misivas. La realidad manda.
Alemania inventó incluso una palabra para redimirse del horrendo pasado de Auschwitz (me estoy citando a mí mismo, en mi artículo Palabras, publicado en Praza hace ya algunos años): Vergangenheitsbewältigung. La palabra se compone de Vergangenheit (el pasado) y bewältigen, que, según un buen diccionario, el Langenscheidt, tiene las siguientes traducciones: dominar, domar, sujetar, superar, vencer, consumar, llevar a cabo, superar. Los alemanes utilizan este término con relación a su pasado violento (La Segunda Guerra Mundial), y se ocupan de asumir responsabilidades por ese pasado negativo, y satisfacer de algún modo a los perjudicados. Principalmente a los Judíos.
No sé en nombre de cuántos puedo hablar, pero algunos estamos cansados, muy cansados de buscar identidades o autodeterminaciones colectivas cuando apenas somos capaces de identificarnos a nosotros mismos, de autodeterminarnos simplemente ante el sencillo dilema de un voto, cuando la pestilente mendacidad rampante a nuestro alrededor pretende reducir la democracia al mero hecho de votar. Yo no me resigno a que la democracia consista tan sólo en votar y a acatar la prevalencia de la mayoría. Democracia es mucho más que eso. No creo que tenga que ser yo quien lo demuestre.
Un filósofo al que, como a muchos otros prebostes de las artes y la cultura, sobre todo de la música (Strauss, Orf...), se le pasa por alto su pasado nacionalsocialista, Heidegger, nos lega una frase que bien valdría para instalarse en ella: La morada del ser es la palabra. A mí no me molesta esta frase. De hecho, para sacudir ese cansancio, ese hastío a los que aludía líneas arriba, y tal vez robándosela a otro, he declarado más de una vez que mi patria es mi lengua. (Pero incluso esta opción resulta problemática para mí, pues tengo dos, habito en dos, estoy partido en dos y no precisamente al modo salomónico. Poseo dos moradas y amo con amor profundo a ambas. Bipolarización identitaria, como se ve). Adorno pretende trocar incómoda esta morada, convertirla en espinosa, erizándola… ¿de qué? ¿de culpa o de ética? ¿Por qué es un acto de barbarie escribir poesía después de Auschwitz? ¿No será más bien que Auschwitz es lo que nos define a todos nosotros, también a nuestra poesía? ¿Incurriré también yo en banalización del mal si afirmo, consternado, que Auschwitz no ha depuesto nunca su espantosa vigencia? ¿Es mentira que fueron realmente más bestiales los cinco años siguientes al fin de la Segunda Guerra Mundial, que los años de la brutal contienda, como intenta demostrar Keith Lowen con un aluvión de datos en su libro Continente Salvaje? Confieso que no pude acabar de leerlo. He sido y soy lector asiduo de todo lo que pueda esclarecerme el porqué y el cómo del Mal en el mundo en todas las formas en las que se nos presenta, sobre todo la institucional, pero ese libro del que te hablo, llegó a resultarme insoportable. Una acumulación continua de barbarie generada, en esta ocasión, por el único motivo de reconstruir las sociedades que habían quedado hechas jirones en la Europa devastada por la guerra. Entre venganzas y despropósitos los países escenario de la demencial contienda se convirtieron en un baño de sangre. No creo que sea necesario recordar la barbarie que se desató en suelo europeo en diversos momentos del siglo XX, coronados, quizá, por la guerra en los Balcanes y en qué forma se enfocó ese trágico acontecimiento y las resoluciones judiciales que han ido sucediéndose respecto de la culpabilidad de algunos de sus protagonistas más infames.
“Auschwitz no ha quedado atrás", insiste, clarividente, el antropólogo Mondher Kilani. "La ideología del campo está ante nosotros. Es un medio de reglamentar los movimientos de población, de regular los problemas de pobreza”.
Hace algún tiempo, TV2, la segunda cadena de la televisión pública española, emitió unos documentales sobre la vida de los emigrantes españoles en Alemania en los años sesenta del pasado siglo. En ellos se trataban todos los aspectos que afectaban a todos aquellos miles de personas que marcharan a Alemania escapando de la miseria hispana. Creo que eran buenos, muy buenos los documentales. Pero a mí una cosa me llamó la atención por encima de todas las demás. No era capaz de entenderla. A los emigrantes españoles –supongo que harían lo mismo con los italianos o los turcos— inicialmente los instalaron en barracones de madera, separando a hombres de mujeres, aunque fuesen matrimonios. Aquellos barracones que, estupefacto, veía en las imágenes del documental, recordaban de forma inevitablemente inquietante a los de Auschwitz o a los de cualquiera de los campos del maldito universo Lager. Mientras lo veía, yo no podía entender que un país con el pasado de Alemania pudiese incurrir en un error tan grosero, en una falta de sensibilidad y de respeto tan palmaria que, ahora mismo, nos parecerían intolerables, pero que están materializándose igualmente en esta y otras latitudes.
Y sin embargo, ya ves, en este aciago momento, a los llamados refugiados, se les deja sobre el barro, ni siquiera nos molestamos en construirles unos inmundos barracones. El espectro de Auschwitz sobrevuela como una negra sombra todo el espacio de Europa.
Lo siento, mi querido amigo, pero me resulta difícil, muy difícil, apartar mi mirada de este espanto.
Un fuerte abrazo, Hache. Hasta la próxima. Tu amigo. Monón.