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CARTAS SIN SOBRE
22 mars 2016

CARTA INDIGNADA

Begonte, 22 de marzo de 2016

 

Mi querido Hache:

 

(Los tiempos de internet no son, ni de lejos, mis propios tiempos; ni mis tiempos vitales ni tampoco mis tiempos espaciales. Mis conexiones a internet desaparecen cuando me vengo a Begonte. Hoy he encontrado un samaritano informático que facilita, por fin, mi salida a la red.

 

La carta que ahora procedo a colgar en nuestro blog la escribí hace varios días. Esta mañana la barbarie producida en Bruselas ha modificado una vez más todos los parámetros con los que intentamos medir la realidad. Otro horrendo e empecinado acto terrorista, seguramente procedente del nefasto radicalismo islamista  --¡cómo me hiere escribir islamista, cuando cuento entre mis amigos algunos musulmanes que son de lo más honrado y de lo más humano y de lo más sensible que conozco--, ha venido a segar las posibilidades de comprensión de en qué dimensión vivimos. Uno de los más importantes periódicos de tirada estatal aquí en España, dedicaba su suplemento sabatino al viejo conflicto que se da, desde siempre por más que puedan cambiar algunos entornos, algún atrezzo, entre ciencia y religión. Y siendo como es un grave dilema, ¡qué banal se me antoja comparado con las penurias materiales y espirituales de la mayor parte de la Humanidad, sumida, por razones de puro egoísmo, incluso egotismo, en la más cruda esclavitud radical, irremisible, irremisible en la justa medida en la que nada hacemos por aliviarla.

 

No obstante, querido Hache, creo que el contenido de mi carta, extemporánea en cierta medida ya, cierto, continúa conservando toda su vigencia, tanto la vigencia semántica, como la vigencia humana de un sesentón indignado y, ¿por qué no reconocerlo?, desconcertado también.

 

De todo esto continuaremos hablando, amigo mío. Recibe ahora, pues, la carta que escribí para ti hace unos días y que cuenta con una postdata añadida ayer mismo, antes que a mi permanente estupor viniese a sumársele el estupor que acogió mi despertar esta mañana).

 

El pasado martes se celebraban en este altivo continente que se despeña, parece que sin remedio, hacia las más inmundas sentinas de la ignominia, los partidos de vuelta de los octavos de final de la Champions League, la máxima competición por equipos del fútbol europeo. En Madrid se enfrentaban el Atlético y el PSV Eindhoven. Eindhoven, como sin duda sabrás, es una ciudad holandesa. Este hecho, pretendidamente deportivo –hace mucho tiempo que he dejado de considerar al fútbol un deporte— propició uno de los sucesos más bochornosos de los que he tenido noticia últimamente –segregando, claro está, la tragedia que ahora mismo protagonizan en nuestra propia puerta tantos seres humanos--. Verás, un grupo numeroso de seguidores del PSV, ocupaba las terrazas de la Plaza Mayor, bebiendo, supongo que generosamente. Aparecieron por allí algunas mujeres rumanas, con su imagen e indumentaria inconfundibles, que se dedican a la mendicidad. Y aquí se inició el festival de la infamia. Los hinchas holandeses comenzaron a arrojar monedas a un lado y a otro hacia el centro de la plaza. Las mujeres corrían para atraparlas. Los holandeses las jaleaban y las hacían bailar de aquí para allá entre gestos groseros y torpes risotadas. Algunos les mostraban billetes para atraerlas y cuando ellas se les acercaban, les prendían fuego y dejaban que ardieran ante sus rostros desamparados. Tan solo un hombre y una mujer, dos ancianos, se enfrentaron indignados a aquella chusma a la que no se puede calificar sino de escoria. Luego llegó la policía y desalojó a las mujeres. A los impúdicos maltratadotes, frutos maduros de la más negra entraña de Europa, ni tan siquiera les dedicaron un gesto de reproche o reconvención. Esas sucias alimañas paridas por el útero incombustible del fascismo que nos asoló y que nunca deja de amenazarnos, gozan de los privilegios derivados de la diplomacia y las buenas relaciones de los pueblos. Así Dios los confunda.

 

No sé si a tu isla imaginada, querido Hache, han llegado noticias de esta vergüenza. Como cabe en lo posible que no, me he permitido ser tan prolijo en los pormenores.

 

Sabemos, en toda Europa lo sabemos –de hecho la HUEFA y la FIFA, máximos organismos rectores de este, (cedamos), deporte, están siendo investigadas por diversas instancias policiales y judiciales por mor de lo que parecen serias irregularidades--, y supongo que en el resto del mundo también se sabe, que alrededor del fútbol se mueven algunos de los peores detritos que infectan las apestosas cloacas de nuestras decadentes y putrefactas sociedades. Cavernícolas descerebrados que airean esvásticas y águilas desblasonadas de cualquier blasón de libertad o de decencia; y oscuros personajes del turbio mundo del dinero decolorado. Mafias, por usar la palabra que tanto prolifera ahora, que encuentran en el fútbol y sus aledaños refugio o guarida para sus tropelías, políticas o económicas. El mundo del fútbol se ha convertido hace ya mucho tiempo en un pudridero repleto de carroña y ya se sabe lo que en un lugar así puede encontrarse.

 

Pero no importa, ese hecho de los hinchas del equipo holandés, nazis, sin duda, nazis, probablemente sin ideología, nazis desde vísceras putrefactas alimentadas solo con odios raciales sin ninguna base más que su mirada enferma, con xenofobias irreflexivas, con insolidaridad cerril, sin más fundamento  que el regüeldo pestilente de un asno intoxicado, y las mujeres rumanas, aunque en cierto modo pueda considerarse atemporal, creo que refleja con estremecedora exactitud cuál es la realidad de Europa en este justo momento de la Historia, de nuestra Historia.

 

Imagino ahora mismo tu estupor, querido Hache. No creo que un suceso de esta índole tan desdichadamente humana por su inhumanidad, un acto tan degradante y brutal, tan alejado del más hipócrita de los convencionalismos posibles, tan obsceno, pueda ni siquiera imaginarse en la isla imaginada en la que tus inquietudes humanas se debaten.

 

Algo tuvo que pasar, algo nos tuvo que pasar, para que nos hayan llevado –o nos hayamos dejado transportar, no sé, que no toda la culpa la vamos a cargar sobre los otros— sin que nos diésemos cuenta a este punto inconcebible, en el que la ética ya ni siquiera es el último reducto de la Filosofía.

 

Amigo mío, miro hacia Lesbos y veo a esa jauría futbolera quemando billetes ante el rostro estupefacto de las indigentes, o haciendo tintinear las monedas para que ellas bailoteen el baile de la humillación y la miseria, como si fuesen monos o perrillos o gallinas o palomas que se precipitan tras un pedacito de pan. Sevicia, sevicia pura, perpetrada por la culta Europa sobre los desheredados de este mundo. (Nada nuevo, por otra parte).

 

Lesbos es un evento insoportable. Idomeni un monumento a la barbarie, a la inhumanidad, al egoísmo eurocentrista, al fascismo endógeno de la sangre de Europa. Insoportable. Nosotros por aquí, querido Hache, angustiados, porque somos muchos los que estamos angustiados, avergonzados, indignados, nos decimos unos a otros que sí, que es insoportable. Y maldecimos. Las redes sociales son un clamor maldiciente contra quienes causan y contra quienes consienten ese crimen de lesa humanidad. Insoportable. Pero el Sol muere y nace cada día y, por lo que se ve, nosotros continuamos soportándolo.

 

Ayer –te escribo hoy, jueves diecisiete—se convocaron concentraciones en muchos pueblos y ciudades de España; aquí en Galicia, en todas las ciudades importantes y en muchos pueblos. Concentraciones para exigir que no se consume la felonía del intolerable acuerdo de la Unión Europea con Turquía. Yo asistí a la de Lugo, con Veva, claro. Allí nos encontramos con nuestras hijas y nuestras nietas, que también acudieron a la concentración. Y yo, mi querido Hache, amigo mío, miro a mis nietos y me quedo sin aliento. Intento imaginarme en Idomeni, con ellos, bajo la lluvia, sobre el barro, muertos de frío, sin comida… Pienso que solo el azar hizo que nosotros naciésemos aquí, que vivamos aquí, donde, pese a todos los problemas que podamos aducir, todavía se vive bien, y me quedo absolutamente desubicado.

 

Pero, por fortuna, hay algo que no cesa: la indignación. No sé qué puedo hacer. Mi circunstancia actual limita mi actividad en varios sentidos. Pero la voz nadie me la ha arrebatado todavía. Cierto que nos han impuesto restricciones inauditas en una supuesta democracia con la llamada Ley Mordaza, y que nos anuncian todavía más. Han convertido en  delito el ejercicio de alguno de nuestros derechos fundamentales, como el de reunión o manifestación y también la libertad de expresión. Es un escudo profiláctico que levanta el poder tras el que se protegen quienes están desmontando obscenamente lo poco que –ahora lo sabemos— se había conseguido en el ámbito de la democracia y las libertades durante la gloriosa y glorificada Transición. Mitos perversos que ahora se abren como frutos prohibidos, como frutos podridos.

 

España, mi querido Hache, no es ahora mismo una democracia. No lo es. No se dan las condiciones requeridas para ello. Nuestra impotencia será nuestra culpa y también nuestra condena.

 

Perdona, amigo mío, este torrente de improperios.  No he podido evitarlo. Otro día hablaremos de Rilke, de Whitman y de Stravinski y su Pájaro de Fuego.

 

De momento, deja que te diga, con palabras de Henry Thoreau, que “yo creo que no hay nada, ni tan siquiera el crimen, más opuesto a la poesía, a la filosofía, a la vida misma, que este incesante trabajar”.

 

Esta incesante rotación de trabajo, productividad y consumo, es lo único que prima por aquí. Corremos el riesgo cierto de deshumanizarnos –más aún de lo que ya lo estábamos— y seguimos asumiendo la impotencia, la culpa y la condena. Desde la insolidaridad. No importa que la insolidaridad sea institucional, si los pueblos de Europa no son capaces de frenar los nauseabundos intereses que guían a sus gobiernos.

 

Un abrazo, Hache, amigo mío, y hasta la próxima.

Tu amigo,

Monón.

 

P.D.-Concluida esta carta y antes de que pudiera colgarla en nuestro blog, se ha consumado la ignominia. La Unión Europea cerró el inasumible acuerdo con Turquía y, sin sucesión de continuidad, procede a desembarazarse de los refugiados. Todas las ONGs que desarrollaban sus labores humanitarias allí, han sido expulsadas y los campos de refugiados están siendo vaciados a ritmo de terror. Fuerzas antidisturbios y policía –no sé si interviene el ejército- aterrorizan con órdenes desorientadoras, estupefacientes, voceadas y  multiplicadas sus potencias por megáfonos, a los refugiados, empapados, hambrientos, desheredados, abandonados por todos menos por la rapiña de la tradición más nítidamente europea. Mientras tanto, por las calles de las ciudades de España, lucen en hermosas procesiones las imágenes más bellas que conmemoran la pasión de El Señor, aquel que vino para redimir al mundo.

 

Querido Hache, quédate en tu isla imaginada; hazme caso. Europa no tiene nada que ofrecerte. Un abrazo, amigo.

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