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CARTAS SIN SOBRE

19 mai 2016

LA BELLEZA QUE HIERE Y SALVA

 

14 de Mayo del 2016

 

Monón, amigo mío: esta misiva la he comenzado varias veces, si no la escribiera una pantalla y fuera la habitual carta, de seguro la habría roto varias veces y tirado a la basura. Estoy en una encrucijada existencial, y no solamente de mi propia vida, sino, y creo más importante, de mi obra. Estoy triste y sin embargo en medio de mi pesadumbre es cuando mejor escribo. ¿Será que el escritor debe de estar sumido en la tristeza para poder escribir obras de alguna calidad? ¿Será que la tristeza justifica estas últimas tardes nublosas de Europa y estos textos decadentes?

Yo sí creo que la poesía nos salva de alguna forma, la buena poesía, esa que se hace con sangre, pulmón y sudor. Y no solo me refiero a la poesía escrita sino aquella que se siente en el aire, en las personas, en la naturaleza, en la música, que es de lo más sublime para animar el alma. Y desvariar siempre es bueno. Mírame: mi familia me considera loco, mis novias me consideran lunático, mi enemigos me consideran un violento literario socarrón, capaz de atizarles sus mediocres cabezas con “La montaña mágica” o “El tambor de hojalata”. Y es que ellos, en gran parte la mayoría de los que nos rodean, temen la belleza, y mucho más: temen la verdad que está implícita dentro de esa belleza, amigo mío. El miedo a la belleza debe de ser horrible, no poder deslumbrarse ante una puesta de sol, una mujer desnuda, o las páginas de un buen libro debe de ser terrible amigo mío.

Pero creo que existe una belleza que es triste, fíjate que no digo que sea monstruosa, sino solamente triste. Hay algunos pasajes de la obra de Rilke, de Kafka, de “la levedad del ser” que son muy tristes pero a la vez son muy bellos e inyectan vida cada vez que se leen. Aquellos que no creen en la belleza, amigo mío, ya están enterrados en su tumba y no lo saben. Aunque forniquen, coman y defequen (en ese orden lógico), y yo los miro y se creen los más felices del mundo, con sus modas, sus cigarros y sus carros de último modelo. Si ese es su mundo yo se los dejo, les dejo su retrete, digo, su mundo. La tristeza dentro de nuestro mundo tal vez sea una especie de salvamento, amigo mío, tal vez sea ese pedazo de madera que flota a lo lejos mientras nos ahogamos, eso sí, morimos, pero mediocremente felices, mientras acabamos con los recursos de este planeta y vestimos de Chanel y Calvin Klein (los que pueden).

Sartre decía que frente a un niño que se muere de hambre “La Náusea”, es nada, cuando lo criticaban, por ser una novela semipornográfica. Hoy esa novela es de una candidez sexual espantosa, que lo que da es risa, como la novela de Apollinaire, pero los niños se siguen muriendo de hambre y los mismos que criticaron la náusea, hoy critican cualquier pensamiento que consideren revolucionario, y eso lo digo en el mejor sentido. Quiero decirte que una obra de Miguel Ángel, de Rodin, de Stravinsky, es acaso más revolucionaria que muchas de las novelas del realismo soviético que se escribieron en la Rusia socialista. Y creo que la belleza, que puede ser triste, es revolucionaria. Nos despierta los sentidos, nos conmueve, nos hace desplazarnos por el mundo y nos enseña que algo puede ser mejor, lo que tenemos que sentir y perder el miedo a la verdad. Y más que una necesidad es un deber.

Amigo mío: yo veo la esperanza surgir, yo sufro la belleza, yo intento encender el fuego nuevamente, ayúdame, gritemos juntos, estoy seguro de que muchos se unirán a nuestro clamor.

Un abrazo

Hache


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4 mai 2016

MANIFIESTO PARA USO PERSONAL

 Begonte, 3 de mayo de 2016

Los pájaros se han vuelto locos en esta desconcertada primavera, mi querido Hache, y a mi alrededor una policromía desbaratada destroza los ritmos estacionales. Mientras a mí me huyen las palabras. Huyen de mí las palabras, Hache. Y yo las busco con afán desesperado. No quiero pecar de hiperbólico. Nada más fácil que serlo cuando es el propio corazón el que colocas en los bordes de la  boca para escupirlo dolorido. Pero leo poesía desesperadamente, porque sé que si no recobro las palabras me condenaré al silencio para siempre. Y no es que mi silencio me asuste, pero no lo ansío; por el momento, no.

 

Siempre me he preguntado de dónde sale el impulso irreprimible de poseer la palabra, de hablar en voz alta, de decirte a los demás como si ellos te lo pidieran, con la osada pretensión de que los demás te acepten. ¿Qué hondo manantial llevamos dentro que nos planta, verticales y altivos, frente a los demás para ahogarlos con el torrente de nuestro vocabulario indómito o domesticado, Hache? ¿Te has preguntado esto alguna vez? Yo no hago más que preguntármelo. También puede ser que no seamos más que desangelados menesterosos que tendemos la mano abierta ofreciendo y pordiosando a los demás la limosna de que acojan nuestro verbo encadenado. Pero ese recóndito manantial debe existir, sin duda debe existir, querido amigo. Algo acude en mi auxilio como prueba. No una ni dos veces, sino muchas, me sorprendo utilizando palabras que no conozco, que han brotado en mi mente sin saber cómo ni de dónde proceden y, sin embargo, resultan plenamente pertinentes al texto en que se instalan. Palabras que me asombran y me abruman. Están ahí, esperando a ser usadas, y se ofrecen por sorpresa, abruptamente, al asalto, igual que salteadores de caminos. Camina desprevenido o prevenido, no lo sé, el poeta por caminos sellados de intimidad indagatoria, y, de pronto, le salen al paso las palabras, lo acosan, lo incomodan, lo inmovilizan y lo poseen, como aquellas rudas serranas -¡tan antiguas!- que embaucaban donceles a su cueva, los gozaban, los depauperaban y los devoraban. Así hacen conmigo las palabras.

 

Leo poesía, sí, con fruición bulímica. Me estoy empachando concienzuda, meticulosa, milimétricamente de poesía, del aroma más sutil de la semántica; de la esencia del lenguaje gota a gota destilada; de la palabra hiriente como un rejón de fuego y hielo, porque así la quiero a la palabra, hiriente y quemadora y heladora. La horrible realidad que me contiene o hiela o abrasa el ánimo. No hay otra. Las dos alburas contrapuestas necesarias hoy para mi mente. Que todo quede herido por un rayo helado o todo resucite por un trallazo ardiente.

 

No sé, leo poesía pero, creo, que he elegido mal. No es suficiente. No me basta el artificio del verbo ensimismado. No quiero buscar a Dios ni expresarlo, no quiero recrear la horrible tragedia de ser hombre, que tanto envanece al ser humano regodeado en la mística existencial; no quiero rimar endecasílabos vacíos de sustancia, castrados en la fría perfección de los sonetos. No. La poesía no basta. Otra vez nos reclama el realismo social a los poetas –permitidme que me incluya, estoy haciendo prácticas-. Otra vez sean feas las palabras como la verdad que gritan. ¡Hijos de puta! ¡Cabrones!, ahí tenéis un hermoso octosílabo plebeyo y, además, prosaico, que tanto llena los romances populares de este tiempo tan sombrío y tan sin sentido.

 

¡Hablar de nuestras tristes tripas eupépticas cuando el intestino abotargado de nuestra sociedad pantagruélica no da abasto con la ordenación peristáltica de tantas heces apestosas! Por favor, no me vengáis con poemas intimistas, con requintada mística existencial hundida en los ombligos, lírica omfálica que solo adula al ego inútilmente perturbado,  ese yo arrojado en el tiempo en lucha permanente hacia el nosotros corroído por la angustia de la autoconciencia de la propia finitud… Dejémonos –dejadme- de circunloquios retóricos en estos oscurecidos tiempos de eufemismos elusivos, evanescentes, acobardados y mendaces. ¡Si hasta mentimos la mentira!

 

Tomad las palabras en vuestras manos firmes, decididas, destripadoras, tomadlas con fuerza, están todas en su sitio si es allí adónde queréis ir a buscarlas, recuperadlas, limpiadlas si queréis que brillen y volved a ensuciarlas con un baño de perentoria, necesaria realidad, y componed el grito que nuestro tiempo reclama, un grito de cólera aquilea, un grito de furor tan ciego y frío que lo arrase todo, que todo queme, un grito de batalla, un grito iracundo y salvaje de negación de cuartel a quienes se empeñan en ultrajar la voluntad popular, la soberanía usurpada por unas urnas deturpadas; urnas heridas de estupor, infectadas del artero maniobrerismo aristocrático de nuevo cuño, el cuño endémico de la tan cacareada transición de tacataca. Agarraos firmemente a las palabras, liberadlas de la mezquina prisión politiquera. Creced, si es que encontráis en que apoyaros, y devolved al pueblo la prístina autoridad moral que le han robado. Liberad a las urnas de las urnas. Hacedme caso. Reventad las urnas para que nazca el voto desde la libertad.

 

Yo seguiré gritando en las esquinas, pero mi grito, os lo prometo, la próxima vez será más atinado.

(Perdona, querido Hache. Me he dejado llevar por un puro desvarío e, incluso, olvidé que te estaba escribiendo a ti. Perdona).

Tu amigo, Monón.

 

 

 

 

26 avril 2016

ENTRE EL PELIGRO Y LA ESPERANZA

19 de abril del 2016

 

          Querido Monón: he demorado la escritura de esta carta. La vida, cambiante y brusca, se

me ha pegado como un pedazo de barro líquido que enturbia mi visión de futuro. Esto,

unido a mi falta de conexión y la rotura de mi portátil ha imposibilitado que te escribiera

antes. Perdóname.

          Estos días aciagos los he gastado leyendo mucho: mi mundo, ya te lo he dicho antes, es

analógico, no digital. Y eso me da la posibilidad de seguir leyendo buenos libros, de los

que por suerte no carece este conato de biblioteca que tengo en mi humilde cuarto. No sé

si te lo he comentado alguna vez pero mi habitación mira al mar Caribe, un mar violento

del que llegan ciclones o lluvias anunciando siempre el fin del mundo. Pero por las tardes

miro el azul y eso me sigue dando deseos de vivir en este mundo donde cada día se vive

más deprisa y donde los amigos verdaderos no abundan. Ni la inteligencia. La estupidez,

la tontería, la banalidad, se instituyen como lo que de verdad vale en este mundo, y hasta

que no terminemos de devorarlo no nos percataremos que el dinero no puede comerse.

          Ahora mismo miro el mar e imagino un futuro donde todos seamos más libres, un futuro

donde podamos hablar de libertades individuales, hablar de Herman Hesse y su lobo

estepario y beber un buen trago de vino acompañado de esos excelentes pulpos que me fue

dado probar gracias a ti en un pueblo de Galicia a finales de un ya lejano mes de mayo

del 2015. Miro el mar y pienso que de alguna forma, de alguna extraña manera estas

mismas aguas son las que pude mirar en Finisterre junto a tu hija y mi hermano Manuel. Y

eso también es pura poesía, ya que de ella hablamos. Yo escribo poesía, pero ese es más

bien mi juego secreto, mi lugar donde escarceo entre mis obscenidades literarias y me

debato entre Jaime Sabines y la poesía del Siglo de Oro español; me debato entre la

excelente poesía de Eliseo Diego y las dulces lascivias de Catulo. ¿Por qué amigo, Monón,

duele tanto la vida?, ¿porqué duele tanto la poesía? Ante mí se levantan los mares, un

pútrido puente de piedra comienza a cruzarlo pero no sé si me hará feliz. Alguien me ha

dicho que la riqueza de mi país está en esos mares, pero yo descreo de estos propósitos

y pienso que la verdadera riqueza está en las personas, en los que aman, en los que

viven intensamente; pero todavía no sé porqué me conmueve la flor abierta, la lectura

ríspida del extranjero de Camus.

Y cuando mencionas a Adorno, a los nazis y a las nuevas hordas de jóvenes europeos

que gritan, vociferan “Europa sobre el mundo”; cuando veo todo esto me percato de que

el mundo ha cambiado y para mal. Como dices, de repente se rompen tabúes, lo que la

moralidad antes constataba como fracaso ahora es como gloria. Como decía Göring (o

el personaje que lo encarnaba a él dentro de una novela negra leída hace mucho tiempo

ya) ahora nos ahorcan, nos acusan, pero en el futuro se hablará de nosotros como de una

leyenda. Los vientres de las mujeres alemanas nunca han sido infértiles, dentro de poco

tendremos los cupos de divisiones enteras, y cuando alguien grite Heil Führer, allí

estaremos nosotros; solo parafraseo, pero parece que ese momento ha llegado, tal

parece que en el primer mundo se están gestando fuerzas del mal, de una extrema

derecha, a la que la izquierda, deslucida y fuera de moda, no puede oponer ni una

ideología consecuente, ni una unión que le oponga a esta derecha un programa

consecuente con los nuevos tiempos.

Y esto es lo más terrible amigo mío: la falta de esperanza, porque la esperanza es lo que

debemos salvar por encima de todas las cosas. ¿Qué mundo le legaremos a nuestros

hijos?, ¿un mundo azotado por viejos odios religiosos y raciales?, ¿un mundo destrozado

por bombas nucleares?, ¿un mundo saqueado hasta tal punto que el agua sea un bien

más preciado que el oro?, en fin amigo mío te dejo estas interrogantes, y te tengo un

regalo: un poema de Eliseo Diego, uno de mis poetas preferidos, un poema de esperanza

a nuestros hijos.

 

TESTAMENTO

Habiendo llegado al tiempo en que

la penumbra ya no me consuela más

y me apocan los presagios pequeños;

habiendo llegado a este tiempo;

y como las heces del café

abren de pronto ahora para mí

sus redondas bocas amargas;

habiendo llegado a este tiempo;

y perdida ya toda esperanza de

algún merecido ascenso, de

ver el manar sereno de la sombra;

y no poseyendo más que este tiempo;

no poseyendo más, en fin,

que mi memoria de las noches y

su vibrante delicadeza enorme;

no poseyendo más

entre cielo y tierra que

mi memoria, que este tiempo;

decido hacer mi testamento.

Es este:

les dejo

el tiempo, todo el tiempo.

 

Amigo mío hasta aquí mi carta, espero la tuya con ansias,

                                           Tu amigo, Hache

7 avril 2016

¡AUSCHWITZ, AUSCHWITZ!

                                     Lugo, 6 de abril de 2016

Mi querido Hache: he decidido recurrir a la noche para desatascar esta carta que se me resiste. Son demasiados los temas que se acumulan en el ápice de mi interés, demasiados y demasiado graves, y se estorban unos a otros a la hora de tratarlos. Mis temas y los tuyos deberían ser los mismos. Intuyo, por lo que me dices y por lo que sé de ti, que tu isla imaginada no es, ni mucho menos, impenetrable. Estoy seguro de que estás al tanto de todo cuanto acontece en este viejo pellejo en el que se está convirtiendo Europa. Pero la verdad es que no pensé que nuestra correspondencia comprometida allá en el pasado espacio de casi un año, fuese a devenir en esta suerte de lamento sobre la decadencia del viejo continente. No lo pensé. Eran otros los temas que nos empujaban a establecer un intercambio de misivas. La realidad manda.

Sin embargo, en tu primera carta, arrojaste sobre mí un poema de Rilke, Día de otoño: Señor: es hora. Largo fue el verano./ Pon tu sombra en los relojes solares,/ y suelta los vientos por las llanuras, son sus primeros versos . No sé por qué –o sí lo sé, ¿qué más da?—Blas de Otero saltó en mi mente de inmediato; su poema HOMBRE, sobre todo el terceto final: Esto es ser hombre: horror a manos llenas./ Ser –y no ser—eternos, fugitivos./ Ángel con grandes alas de cadenas!  La mística fieramente existencial del poeta bilbaíno reventó en mi pecho como un avispero enfurecido que pretendiese acelerar el ritmo del siempre lento fluir de mis fluidos. Lo dice, sabiamente, el Rilke con el que me aguijonas: Pues lo hermoso no es otra cosa que el comienzo/ de lo terrible en un grado que todavía podemos soportar/ y si lo admiramos tanto es sólo porque, indiferente,/ rehúsa aniquilarnos. (…) .

 De repente me ha entrado un hambre desaforada de poesía. Por fortuna, en los estantes de mi desconcertada biblioteca habitan muchos poetas muertos y algunos todavía vivos. Y desde entonces no hago más que leer poesía. Para lo bueno y para lo malo uno es hijo de su tiempo, del tiempo en el que vive y del tiempo que ha vivido, y enseguida acudió a mi mente la frase lapidaria de Theodor Adorno: Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie. Frase que, en cierto modo, nos condena a todos. La poesía continuó en todos sus registros posibles a pesar del Holocausto y, en muchos casos, gracias a él. Pero algo malo ocurre en estas sociedades caducas, envejecidas, asustadas y también airadas de la vieja Europa. Algo malo ocurre cuando, de pronto, comienzan a saltar despedazados incluso los tabúes. En un momento de recuperación posible de las fuerzas más oscuras de nuestra historia reciente, por aquí los nazis y el nazismo se convirtieron en moneda de cambio del juego político. A los discrepantes ruidosos, con una desconsideración escalofriante, se los tachaba de nazis a las primeras de cambio. Sobre todo los políticos de derechas, que se veían acosados por movimientos sociales más o menos encrespados, --suavemente encrespados, todo hay que decirlo. “Eso mismo hicieron los nazis”, escuchamos una y otra vez como respuesta al acoso del pueblo indignado ante la ostensible doble moral de lo que por aquí ha dado en llamarse clase política. Algunos alzaron la voz, no sé si alarmados ya o sólo escandalizados, e invocaron la banalización del mal denunciada décadas atrás. Y a todo esto, observamos, no sin estupor, cómo Alemania, la Alemania que se sometió a un severo proceso de desnazificación, es ahora cuna de partidos xenófobos de creciente implantación, que renuevan eslóganes que uno creía que jamás volverían a sonar allí. “Aunque la fracción que los vocea sea minoritaria, es altamente simbólica porque significa que se ha resquebrajado el tabú del nazismo, que la generación anterior instituyó tras un afrontamiento responsable del pasado”. (Martín Alonso.  La UE ante los (in)refugiados. Ajustes estructurales sobre la pedagogía de Auschwitz)

Alemania inventó incluso una palabra para redimirse del horrendo pasado de Auschwitz (me estoy citando a mí mismo, en mi artículo Palabras, publicado en Praza hace ya algunos años): Vergangenheitsbewältigung. La palabra se compone de Vergangenheit (el pasado) y bewältigen, que, según un buen diccionario, el Langenscheidt, tiene las siguientes traducciones: dominar, domar, sujetar, superar, vencer, consumar, llevar a cabo, superar. Los alemanes utilizan este término con relación a su pasado violento (La Segunda Guerra Mundial), y se ocupan de asumir responsabilidades por ese pasado negativo, y satisfacer de algún modo a los perjudicados. Principalmente a los Judíos.

No sé en nombre de cuántos puedo hablar, pero algunos estamos cansados, muy cansados de buscar identidades o autodeterminaciones colectivas cuando apenas somos capaces de identificarnos a nosotros mismos, de autodeterminarnos simplemente ante el sencillo dilema de un voto, cuando la pestilente mendacidad rampante a nuestro alrededor pretende reducir la democracia al mero hecho de votar. Yo no me resigno a que la democracia consista tan sólo en votar y a acatar la prevalencia de la mayoría. Democracia es mucho más que eso. No creo que tenga que ser yo quien lo demuestre.

Un filósofo al que, como a muchos otros prebostes de las artes y la cultura, sobre todo de la música (Strauss, Orf...), se le pasa por alto su pasado nacionalsocialista, Heidegger, nos lega una frase que bien valdría para instalarse en ella: La morada del ser es la palabra. A mí no me molesta esta frase. De hecho, para sacudir ese cansancio, ese hastío a los que aludía líneas arriba, y tal vez robándosela a otro, he declarado más de una vez que mi patria es mi lengua. (Pero incluso esta opción resulta problemática para mí, pues tengo dos, habito en dos, estoy partido en dos y no precisamente al modo salomónico. Poseo dos moradas y amo con amor profundo a ambas. Bipolarización identitaria, como se ve). Adorno pretende trocar incómoda esta morada, convertirla en espinosa, erizándola… ¿de qué? ¿de culpa o de ética? ¿Por qué es un acto de barbarie escribir poesía después de Auschwitz? ¿No será más bien que Auschwitz es lo que nos define a todos nosotros, también a nuestra poesía? ¿Incurriré también yo en banalización del mal si afirmo, consternado, que Auschwitz no ha depuesto nunca su espantosa vigencia? ¿Es mentira que fueron realmente más bestiales los cinco años siguientes al fin de la Segunda Guerra Mundial, que los años de la brutal contienda, como intenta demostrar Keith Lowen con un aluvión de datos en su libro Continente Salvaje? Confieso que no pude acabar de leerlo. He sido y soy lector asiduo de todo lo que pueda esclarecerme el porqué y el cómo del Mal en el mundo en todas las formas en las que se nos presenta, sobre todo la institucional, pero ese libro del que te hablo, llegó a resultarme insoportable. Una acumulación continua de barbarie generada, en esta ocasión, por el único motivo de reconstruir las sociedades que habían quedado hechas jirones en la Europa devastada por la guerra. Entre venganzas y despropósitos los países escenario de la demencial contienda se convirtieron en un baño de sangre. No creo que sea necesario recordar la barbarie que se desató en suelo europeo en diversos momentos del siglo XX, coronados, quizá, por la guerra en los Balcanes y en qué forma se enfocó ese trágico acontecimiento y las resoluciones judiciales que han ido sucediéndose respecto de la culpabilidad de algunos de sus protagonistas más infames. 

Auschwitz no ha quedado atrás", insiste, clarividente, el antropólogo Mondher Kilani. "La ideología del campo está ante nosotros. Es un medio de reglamentar los movimientos de población, de regular los problemas de pobreza”.

Hace algún tiempo, TV2, la segunda cadena de la televisión pública española, emitió unos documentales sobre la vida de los emigrantes españoles en Alemania en los años sesenta del pasado siglo. En ellos se trataban todos los aspectos que afectaban a todos aquellos miles de personas que marcharan a Alemania escapando de la miseria hispana. Creo que eran buenos, muy buenos los documentales. Pero a mí una cosa me llamó la atención por encima de todas las demás. No era capaz de entenderla. A los emigrantes españoles –supongo que harían lo mismo con los italianos o los turcos— inicialmente los instalaron en barracones de madera, separando a hombres de mujeres, aunque fuesen matrimonios. Aquellos barracones que, estupefacto,  veía en las imágenes del documental, recordaban de forma inevitablemente inquietante a los de Auschwitz o a los de cualquiera de los campos del maldito universo Lager. Mientras lo veía, yo no podía entender que un país con el pasado de Alemania pudiese incurrir en un error tan grosero, en una falta de sensibilidad y de respeto tan palmaria que, ahora mismo, nos parecerían intolerables, pero que están materializándose igualmente en esta y otras latitudes.

Y sin embargo, ya ves, en este aciago momento, a los llamados refugiados, se les deja sobre el barro, ni siquiera nos molestamos en construirles unos inmundos barracones. El  espectro de Auschwitz sobrevuela como una negra sombra todo el espacio de Europa.

Lo siento, mi querido amigo, pero me resulta difícil, muy difícil, apartar mi mirada de este espanto.

Un fuerte abrazo, Hache. Hasta la próxima. Tu amigo. Monón.

 

28 mars 2016

RESPUESTA DE HACHE A LA CARTA INDIGNADA.

                                                                                                                                    25 de marzo del 2016

 

Querido Monón:

 Amigo: he leído con sumo interés tu carta, como siempre hago, y quiero decirte que  es una carta sincera y triste. Es una misiva que demuestra que la esperanza está perdida, y los atentados de Bélgica y  los hechos denigrantes que hicieron los fascistas con las gitanas demuestran lo podrida que está una parte de la población que vive en la vieja Europa, y me duele, porque esa mejor parte de Europa, su cultura, su música, sus pequeñas alegrías cotidianas se pierden en medio de tanto dolor, en medio de tanta humillación hacia las pequeñas etnias, en medio de tanto fascismo mal encubierto. No sé por qué de momento me recuerda la Europa de los años 20 y 30 del pasado siglo, solo falta que alguien enarbole una bandera sobre la superioridad europea y escriba otro Mein Kampf y de nuevo aparezcan carteles Arbeit macht frei en los campos de refugiados. Amigo mío, ese peligro está más cerca de lo que creemos, y las noticias que me das me hacen creer mucho más en esa posibilidad. ¿Acaso lo que se hace con los sirios que huyen de la guerra no se parece a la Endlösung, la solución final de los nazis?

Esa posición se ve legitimada por la teoría de la lucha de culturas, de la cultura occidental contra la cultura islámica, y se ven como puramente contrarios. La última vez que estuve en Europa un filósofo amigo mío, me decía que el verdadero peligro nunca había sido el comunismo, porque el comunismo estaba comprendido dentro de la tradición filosófica occidental, sino el verdadero riesgo estaba en el fortalecimiento de poderes tradicionales musulmanes. Recuerdo que me dijo, bebiéndonos una cerveza en Burgos, “Este es el momento: si no los detenemos ahora, en los próximos diez años reconquistarán al-Ándalus en nuestro país, luego los hombres tendremos que dejar de comer cerdo, y luego los burkas”, esta afirmación en boca de otra persona me habría resultado risible, pero en la boca de un catedrático universitario, un filósofo brillante, no me resultó simpática ni patética, sino triste, porque sé que no solamente él opina así. Son muchos. Son legiones. Y eso nos lleva a la desesperanza, al escepticismo, al miedo a la otredad. A considerar al extranjero, al “raro”, como un enemigo en potencia; y esta sensación se transmite a sus hijos, nietos, y la desconfianza engendra incomodidad, y la incomodad engendra conflicto. Y eso por generaciones. Desgraciadamente esto está en la naturaleza humana, pero no justifica que a ese “diferente” le hagamos daño o lo humillemos.

De todas formas no pierdo la esperanza, existen muchas Europas, ya te he mencionado la mala, pero la Europa de Kafka, de Julius Fučík, de Curie, de Victor Hugo, del Quijote, esa  Europa humanista no puede dejar que la cubra la barbarie; pero además, esa Europa, que no es tan europea, tiene a la Escuela de Traductores de Toledo, donde trabajaban hombro con hombro cristianos, musulmanes y judíos; tiene a Abu l-Qāsim de Málaga, precursor de la aeronáutica;  Ibn Rushd (más conocido como Averroes), el famoso filósofo y médico; Fátima de Madrid, una mujer árabe-española, brillante astróloga. La Europa de los extremistas de ambos bandos, la Europa de los militares, la Europa de los fascistas es una ignominia. La otra, la otra Europa que te he mencionado es la Europa que quiero, es la Europa humanista que siempre puede brindarnos algo.

                                                                                                                  Un abrazo, Monón, amigo mío

                                                                                                                                                         Hache.

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22 mars 2016

CARTA INDIGNADA

Begonte, 22 de marzo de 2016

 

Mi querido Hache:

 

(Los tiempos de internet no son, ni de lejos, mis propios tiempos; ni mis tiempos vitales ni tampoco mis tiempos espaciales. Mis conexiones a internet desaparecen cuando me vengo a Begonte. Hoy he encontrado un samaritano informático que facilita, por fin, mi salida a la red.

 

La carta que ahora procedo a colgar en nuestro blog la escribí hace varios días. Esta mañana la barbarie producida en Bruselas ha modificado una vez más todos los parámetros con los que intentamos medir la realidad. Otro horrendo e empecinado acto terrorista, seguramente procedente del nefasto radicalismo islamista  --¡cómo me hiere escribir islamista, cuando cuento entre mis amigos algunos musulmanes que son de lo más honrado y de lo más humano y de lo más sensible que conozco--, ha venido a segar las posibilidades de comprensión de en qué dimensión vivimos. Uno de los más importantes periódicos de tirada estatal aquí en España, dedicaba su suplemento sabatino al viejo conflicto que se da, desde siempre por más que puedan cambiar algunos entornos, algún atrezzo, entre ciencia y religión. Y siendo como es un grave dilema, ¡qué banal se me antoja comparado con las penurias materiales y espirituales de la mayor parte de la Humanidad, sumida, por razones de puro egoísmo, incluso egotismo, en la más cruda esclavitud radical, irremisible, irremisible en la justa medida en la que nada hacemos por aliviarla.

 

No obstante, querido Hache, creo que el contenido de mi carta, extemporánea en cierta medida ya, cierto, continúa conservando toda su vigencia, tanto la vigencia semántica, como la vigencia humana de un sesentón indignado y, ¿por qué no reconocerlo?, desconcertado también.

 

De todo esto continuaremos hablando, amigo mío. Recibe ahora, pues, la carta que escribí para ti hace unos días y que cuenta con una postdata añadida ayer mismo, antes que a mi permanente estupor viniese a sumársele el estupor que acogió mi despertar esta mañana).

 

El pasado martes se celebraban en este altivo continente que se despeña, parece que sin remedio, hacia las más inmundas sentinas de la ignominia, los partidos de vuelta de los octavos de final de la Champions League, la máxima competición por equipos del fútbol europeo. En Madrid se enfrentaban el Atlético y el PSV Eindhoven. Eindhoven, como sin duda sabrás, es una ciudad holandesa. Este hecho, pretendidamente deportivo –hace mucho tiempo que he dejado de considerar al fútbol un deporte— propició uno de los sucesos más bochornosos de los que he tenido noticia últimamente –segregando, claro está, la tragedia que ahora mismo protagonizan en nuestra propia puerta tantos seres humanos--. Verás, un grupo numeroso de seguidores del PSV, ocupaba las terrazas de la Plaza Mayor, bebiendo, supongo que generosamente. Aparecieron por allí algunas mujeres rumanas, con su imagen e indumentaria inconfundibles, que se dedican a la mendicidad. Y aquí se inició el festival de la infamia. Los hinchas holandeses comenzaron a arrojar monedas a un lado y a otro hacia el centro de la plaza. Las mujeres corrían para atraparlas. Los holandeses las jaleaban y las hacían bailar de aquí para allá entre gestos groseros y torpes risotadas. Algunos les mostraban billetes para atraerlas y cuando ellas se les acercaban, les prendían fuego y dejaban que ardieran ante sus rostros desamparados. Tan solo un hombre y una mujer, dos ancianos, se enfrentaron indignados a aquella chusma a la que no se puede calificar sino de escoria. Luego llegó la policía y desalojó a las mujeres. A los impúdicos maltratadotes, frutos maduros de la más negra entraña de Europa, ni tan siquiera les dedicaron un gesto de reproche o reconvención. Esas sucias alimañas paridas por el útero incombustible del fascismo que nos asoló y que nunca deja de amenazarnos, gozan de los privilegios derivados de la diplomacia y las buenas relaciones de los pueblos. Así Dios los confunda.

 

No sé si a tu isla imaginada, querido Hache, han llegado noticias de esta vergüenza. Como cabe en lo posible que no, me he permitido ser tan prolijo en los pormenores.

 

Sabemos, en toda Europa lo sabemos –de hecho la HUEFA y la FIFA, máximos organismos rectores de este, (cedamos), deporte, están siendo investigadas por diversas instancias policiales y judiciales por mor de lo que parecen serias irregularidades--, y supongo que en el resto del mundo también se sabe, que alrededor del fútbol se mueven algunos de los peores detritos que infectan las apestosas cloacas de nuestras decadentes y putrefactas sociedades. Cavernícolas descerebrados que airean esvásticas y águilas desblasonadas de cualquier blasón de libertad o de decencia; y oscuros personajes del turbio mundo del dinero decolorado. Mafias, por usar la palabra que tanto prolifera ahora, que encuentran en el fútbol y sus aledaños refugio o guarida para sus tropelías, políticas o económicas. El mundo del fútbol se ha convertido hace ya mucho tiempo en un pudridero repleto de carroña y ya se sabe lo que en un lugar así puede encontrarse.

 

Pero no importa, ese hecho de los hinchas del equipo holandés, nazis, sin duda, nazis, probablemente sin ideología, nazis desde vísceras putrefactas alimentadas solo con odios raciales sin ninguna base más que su mirada enferma, con xenofobias irreflexivas, con insolidaridad cerril, sin más fundamento  que el regüeldo pestilente de un asno intoxicado, y las mujeres rumanas, aunque en cierto modo pueda considerarse atemporal, creo que refleja con estremecedora exactitud cuál es la realidad de Europa en este justo momento de la Historia, de nuestra Historia.

 

Imagino ahora mismo tu estupor, querido Hache. No creo que un suceso de esta índole tan desdichadamente humana por su inhumanidad, un acto tan degradante y brutal, tan alejado del más hipócrita de los convencionalismos posibles, tan obsceno, pueda ni siquiera imaginarse en la isla imaginada en la que tus inquietudes humanas se debaten.

 

Algo tuvo que pasar, algo nos tuvo que pasar, para que nos hayan llevado –o nos hayamos dejado transportar, no sé, que no toda la culpa la vamos a cargar sobre los otros— sin que nos diésemos cuenta a este punto inconcebible, en el que la ética ya ni siquiera es el último reducto de la Filosofía.

 

Amigo mío, miro hacia Lesbos y veo a esa jauría futbolera quemando billetes ante el rostro estupefacto de las indigentes, o haciendo tintinear las monedas para que ellas bailoteen el baile de la humillación y la miseria, como si fuesen monos o perrillos o gallinas o palomas que se precipitan tras un pedacito de pan. Sevicia, sevicia pura, perpetrada por la culta Europa sobre los desheredados de este mundo. (Nada nuevo, por otra parte).

 

Lesbos es un evento insoportable. Idomeni un monumento a la barbarie, a la inhumanidad, al egoísmo eurocentrista, al fascismo endógeno de la sangre de Europa. Insoportable. Nosotros por aquí, querido Hache, angustiados, porque somos muchos los que estamos angustiados, avergonzados, indignados, nos decimos unos a otros que sí, que es insoportable. Y maldecimos. Las redes sociales son un clamor maldiciente contra quienes causan y contra quienes consienten ese crimen de lesa humanidad. Insoportable. Pero el Sol muere y nace cada día y, por lo que se ve, nosotros continuamos soportándolo.

 

Ayer –te escribo hoy, jueves diecisiete—se convocaron concentraciones en muchos pueblos y ciudades de España; aquí en Galicia, en todas las ciudades importantes y en muchos pueblos. Concentraciones para exigir que no se consume la felonía del intolerable acuerdo de la Unión Europea con Turquía. Yo asistí a la de Lugo, con Veva, claro. Allí nos encontramos con nuestras hijas y nuestras nietas, que también acudieron a la concentración. Y yo, mi querido Hache, amigo mío, miro a mis nietos y me quedo sin aliento. Intento imaginarme en Idomeni, con ellos, bajo la lluvia, sobre el barro, muertos de frío, sin comida… Pienso que solo el azar hizo que nosotros naciésemos aquí, que vivamos aquí, donde, pese a todos los problemas que podamos aducir, todavía se vive bien, y me quedo absolutamente desubicado.

 

Pero, por fortuna, hay algo que no cesa: la indignación. No sé qué puedo hacer. Mi circunstancia actual limita mi actividad en varios sentidos. Pero la voz nadie me la ha arrebatado todavía. Cierto que nos han impuesto restricciones inauditas en una supuesta democracia con la llamada Ley Mordaza, y que nos anuncian todavía más. Han convertido en  delito el ejercicio de alguno de nuestros derechos fundamentales, como el de reunión o manifestación y también la libertad de expresión. Es un escudo profiláctico que levanta el poder tras el que se protegen quienes están desmontando obscenamente lo poco que –ahora lo sabemos— se había conseguido en el ámbito de la democracia y las libertades durante la gloriosa y glorificada Transición. Mitos perversos que ahora se abren como frutos prohibidos, como frutos podridos.

 

España, mi querido Hache, no es ahora mismo una democracia. No lo es. No se dan las condiciones requeridas para ello. Nuestra impotencia será nuestra culpa y también nuestra condena.

 

Perdona, amigo mío, este torrente de improperios.  No he podido evitarlo. Otro día hablaremos de Rilke, de Whitman y de Stravinski y su Pájaro de Fuego.

 

De momento, deja que te diga, con palabras de Henry Thoreau, que “yo creo que no hay nada, ni tan siquiera el crimen, más opuesto a la poesía, a la filosofía, a la vida misma, que este incesante trabajar”.

 

Esta incesante rotación de trabajo, productividad y consumo, es lo único que prima por aquí. Corremos el riesgo cierto de deshumanizarnos –más aún de lo que ya lo estábamos— y seguimos asumiendo la impotencia, la culpa y la condena. Desde la insolidaridad. No importa que la insolidaridad sea institucional, si los pueblos de Europa no son capaces de frenar los nauseabundos intereses que guían a sus gobiernos.

 

Un abrazo, Hache, amigo mío, y hasta la próxima.

Tu amigo,

Monón.

 

P.D.-Concluida esta carta y antes de que pudiera colgarla en nuestro blog, se ha consumado la ignominia. La Unión Europea cerró el inasumible acuerdo con Turquía y, sin sucesión de continuidad, procede a desembarazarse de los refugiados. Todas las ONGs que desarrollaban sus labores humanitarias allí, han sido expulsadas y los campos de refugiados están siendo vaciados a ritmo de terror. Fuerzas antidisturbios y policía –no sé si interviene el ejército- aterrorizan con órdenes desorientadoras, estupefacientes, voceadas y  multiplicadas sus potencias por megáfonos, a los refugiados, empapados, hambrientos, desheredados, abandonados por todos menos por la rapiña de la tradición más nítidamente europea. Mientras tanto, por las calles de las ciudades de España, lucen en hermosas procesiones las imágenes más bellas que conmemoran la pasión de El Señor, aquel que vino para redimir al mundo.

 

Querido Hache, quédate en tu isla imaginada; hazme caso. Europa no tiene nada que ofrecerte. Un abrazo, amigo.

15 mars 2016

CARTA SEGUNDA

Lugo, 15 de marzo de 2016

 

      Espero tu carta que no llega, amigo mío, y cerceno las inquietudes que provoca esa tardanza. La vida me ha enseñado que el noventa por ciento de las desazones son baldías. Mientras, espero aquí, en mi esquina del mundo. Esquina permeable, a la que llegan en tropel alborotado, ensordecedora algarabía, todas las noticias de todos los sucesos de todos los conflictos. Por acá, amigo mío, el ambiente deviene irrespirable. Estamos obligados a contemplar, impotentes, --¿impotentes, será verdad que impotentes?—la consumación de la infamia y la barbarie a nivel global, y la coronación de la estulticia a nivel local. Aquí la política ha caído en manos de los necios. De los necios y de los miserables y de los bellacos. De los que no pueden ofrecer más que estupidez o de los que resisten encastillados en el más burdo y oprobioso latrocinio. Así estamos aquí, y, parece, que debemos permanecer impotentes. Es lo que se nos dice: no podemos hacer nada. Asistir al juego de la dialéctica huera, de la boutade maliciosa, del oxímoron desconcertador o estupefaciente arrojado sobre un pueblo completamente desnortado. El pueblo soberano que no sabe ni dónde está ni para que le sirve su soberanía. Yo espero que reviente la rabia, que se desborde la ira, como uno de esos huracanes tropicales que lo devastan todo. Pero no ocurrirá.

       Y en Grecia se consuma un genocidio. Ante los ojos y la pasividad del mundo. Un genocidio. Europa muestra lo que siempre fue, lo que llevaba en los equívocos últimos tiempos de aparente bonanza recubierto de una capa de fino barniz humanitario, que ahora mismo está decapándose sin remedio ni rubor. Europa se muestra al mundo como lo que siempre fue: la exportadora de todos los males a todos los rincones del planeta tierra.

       Vale, mi querido amigo; ya ves que conviene que contestes presto a mis cartas. De lo contrario me dejo dominar por mis oscuros desvaríos y arrojo negrura pegajosa y maloliente a nuestra correspondencia que no acaba de empezar.

Un abrazo de tu amigo

Monón.

RESPUESTA DE HACHE A CARTA SEGUNDA

 

        Querido Amigo:

 

        Te ruego me disculpes mi tardanza en responder. En este mundo de conexiones 3g y de telefonía móvil yo vivo en un desierto (¿o un oasis?) donde se dificulta mucho este tiempo de comunicación. Seguimos comunicándonos en buenas charlas de amigos, haciendo el sexo sin preservativos y bebiendo cerveza con alcohol. No existen los libros digitales, aún la literatura tiene ese buen olor a libro viejo condimentado con un poco de polvo. Aún los e-readers no nos han invadido, aún los Mac Donals nos parecen lejanos (para algunos parecen dolorosamente lejanos).

 

        Respecto a lo que me dices, la política siempre está en manos de necios que siempre buscan legitimaciones como “el bien del pueblo”, “el bien del país”, “la necesidad de unión frente al enemigo”, todas frases panfletarias, que si bien en la pluma de Whitman (que me perdone por la comparación con los políticos) se convierten en bellos poemas, no ocurre así en nuestra realidad fragmentada y banal. Antes era derecho divino (aunque en España siguen viviendo a costa de la nación reyes “por derecho divino”), hoy se apoyan en la “voluntad popular”. Ellos lo deciden todo, y son más mediáticos que nunca y nosotros somos personas incómodas, moscardones que molestan al caballo, pero por más que este quiere no puede aplastarnos.

 

         No creo que exista un futuro mejor, vivo en un lugar donde siempre me prometieron un futuro mejor, y ya sabes que el drama cuando se repite muchas veces se convierte en comedia. Y disculpa este burdo escepticismo de mi parte. Y basta por hoy porque me estoy poniendo más pesimista que de costumbre.

 

Te reitero mis disculpas por la demora, ya sabes que desde mi isla imaginada hay que enviar a veces los emails en patas de palomas, y a veces ni siquiera hay palomas, o las matamos, por aquello de matar al mensajero,

 

                                                    tu amigo

 

                                                                       Hache.

 

7 mars 2016

CARTA PRIMERA

Lugo, 7 de Marzo de 2016

 

 Mi querido amigo:

    Inicio hoy el intercambio de correspondencia comprometido hace ya --¿cuánto?--, a lo tonto a lo tonto, puede que casi un año. Tempus fugit.

 

      Llegaste hasta nosotros certificado por muy buenos avales. Era una de mis hijas y su compañero quienes respondían por ti. Fueron unos días agitados y felices los que pasamos juntos. Ocupan todavía con nitidez mi retina, tu broncínea corpulencia tropical, las líneas de tu cráneo y de tu rostro ascéticamente esculpidas y  tus ojillos felinos, acerados, no sé si voluntaria o involuntariamente inquisidores, pero desde luego, dialogantes, con una pregunta y una respuesta permanente en su brillo encerrado en el arco estrecho de los párpados.  Y recuerdo también con agrado tu risa sin protocolo.  Y luego te fuiste, regresaste a lo que es tu mundo, un mundo que parece haberte engullido, que da impresión de haberte desaparecido, que provoca la inquietud de mantenerte aislado de cualquier otro mundo; un mundo que aparenta cercenar cualquier brote urgido por salirse al exterior o que pretenda, apremiado también, penetrar al interior.

 

      Y aquí se asienta el primer inconveniente: no dejamos nada establecido, no concretamos nada, no marcamos los límites que pudieran afectarnos a cada uno de nosotros en esta prevista comunicación virtual. En principio, a la hora de cartearme contigo a través de estas postas sin matasellos, a mí no me afecta ningún límite. Se supone, y lo de se supone lo digo con toda la intención, que te escribo desde un mundo libre. Admitámoslo por el momento, que es libre mi mundo. Tiempo habrá para hablar de eso. Pero, ¿y a ti? ¿Hasta dónde puedes llegar tú desde ese mundo que te ha engullido, aparentemente, desgajándote de todo el resto de mundos? ¿Puedes tú revelar alegremente tu identidad desde una circunstancia que yo presumo clandestina? ¿Puedes siquiera aparecer como cotitular de este blog, participar en él, expresar tus ideas y opiniones sin reservas? ¿Puedes hacerlo? ¿Sin temer represalias?

 

      De eso no hemos hablado, amigo mío, y seguro que deberíamos haberlo hecho. ¿Hasta dónde puedes comprometerte?

 

      De momento, pues, y a la espera de que decidamos de qué y cómo podemos hablar, cómo debamos llamarnos el uno al otro, (¿con un alias, tal vez? ¿ocultando o falseando nuestra nacionalidad?); a la espera, digo, de establecer todo esto, yo me dirigiré a ti valiéndome de la forma de cortesía, que, además, me resulta muy grata: mi querido amigo.

        Esperaré a que seas tú quien me marque las pautas.Nada más por hoy.

Un fuerte abrazo de tu amigo

 Monón.

 

RESPUESTA DE HACHE A CARTA PRIMERA

 

 

        Querido amigo Monón: el azar o la concurrencia quisieron que nos conociéramos hace casi precisamente un año por estas fechas; enseguida nuestro común amor a la literatura, tus explicaciones sobre el pasado glorioso y medieval de Lugo me ganaron. Ya sabes que mi imaginario cotidiano corre a caballo (¿o sobre un unicornio?) entre el medioevo europeo y mi pequeña isla bañada por el mar caribe. Por otra parte las barbas en este eterno verano no son tan comunes como en el frío norte de Europa, y, aunque no lo supieras, yo te miraba cuando te conocí, comparándote con una vieja estampa de Papá Noel que mi padre, fallecido ya, me trajo en unos lejanos cumpleaños míos, cuando se podía ser muy pobre y muy feliz.

         He demorado un poco esta primera carta amigo mío, no por problemas de holgazanería, sino porque los problemas cotidianos muchas veces me desbordan y aparto mi libro de Rilke  y corro al mercado a comprar mi magro sustento; y dejo de leer a Bourdieu y Foucault y me deslumbro por la vida diaria, que siempre supera a la ficción. El horror, amigo mío, es cotidiano, no solo a nivel global sino a nivel de simples vivencias, cuando unos se alarman por al calentamiento global, por la guerra en Siria, o por la muerte de los osos pandas en China, otros están más preocupados por llevar a sus hijos un simple plato de comida o un poco de agua con azúcar para que merienden en sus escuelas y alimenten a sus famélicos cuerpos. Yo me alimento del aire, me alimento de buena literatura, de conversaciones con  mis amigos, de la buena música de Stravinski, ¿has escuchado “El Pájaro de Fuego”(L'Oiseau de feu)?, es genial.

        Ahora leo, vuelvo a manosear a Rilke y me ayuda a separarme de la viscosa realidad que me rodea, como ladrillos infectos con los que se hace una casa maldita, detestable, enferma. Te envío este poema, porque para mi aún estamos en Otoño,

 

Día de otoño

 Señor: es hora. Largo fue el verano.

 Pon tu sombra en los relojes solares,

 y suelta los vientos por las llanuras.

 Haz que sazonen los últimos frutos;

concédeles dos días más del sur,

úrgeles a su madurez y mete

 en el vino espeso el postrer dulzor.

 No hará casa el que ahora no la tiene,

 el que ahora está solo lo estará siempre,

 velará, leerá, escribirá largas cartas,

y deambulará por las avenidas,

 inquieto como el rodar de las hojas.

         

        Me puedes llamar  Hache, es un personaje de mi última novela, texto que espero disfrutes algún día.

        Un gran abrazo de tu amigo, desde una isla imaginada.

                                Hache

 

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